La otra independencia
Centenares de niños con diferentes discapacidades luchan por su independencia en el interior de los campamentos de refugiados saharauis. A las difíciles condiciones de vida en el desierto hay que añadir las necesidades especiales de estos jóvenes
La infancia con discapacidad de los campamentos de refugiados saharuis trabajan por su integración y su independencia en una sociedad que hasta hace pocos años les había escondido en el interior de las jaimas. Los Centros de educación especial y las Escuelas para ciegos han permitido dar una atención especial a los niños. En medio de la hamada argelina, una zona desértica dónde no crecen plantas ni árboles, florecen personas que luchan por su reconocimiento.
La garantía de un desayuno es la columna vertebral de un proyecto que ha permitido sacar del silencio a los niños y jóvenes con discapacidad. Es indiferente si trata de sordera, ceguera, parálisis cerebra o dificultades en la movilidad. En una sociedad de herencia tribal, que sobrevive en el desierto del exilio y lucha por un reconocimiento internacional, sufrir cualquier discapacidad te sitúa en la exclusión.
Las autoridades han combatido la discriminación creando centros en todos los campamentos mientras la ayuda internacional ha garantizado la asistencia de estos jóvenes asegurando una comida al día. Pero hoy esta garantía está en peligro. A los recortes en ayuda alimentaria de organismos internacionales como el Programa Mundial de Alimentos y ACNUR –Agencia de la ONU para los Refugiados- hay que añadir las dificultades de las pequeñas oeneges que encuentran impedimentos para su trabajo debido a los secuestros y al conflicto que azota Mali.
Asistir a un centro de educación especial es solo el inicio. Gracias a este punto de partida los niños entran en contacto con un sistema educativo que a largo plazo les posibilita ser más independientes i colaborar en las tareas familiares. Dejar de ser percibidos como una carga en las familias es un primer paso para la integración, pero también convertirse – a medida que crecen- en agentes activos de la educación de otros niños. Casos como el de Memona Mohamed, antigua alumna que hoy se encarga de la gestión colectiva del centro de Smara, sirven de ejemplo a niñas como Fatimetu, de seis años.
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